Con su irresistible ascenso mediático, el economista liberal Javier Milei se ganó un apodo en el tóxico submundo politizado de la red social Twitter: Milonga. El sobrenombre remite obviamente al apellido del personaje, pero también a la furiosa danza televisiva que supone cada una de sus apariciones. Y también, claro, a la dureza de sus expresiones faciales, que evoca cierta insomne e inapetente gestualidad aspiracional que suele designarse con esa palabra.

Los medios audiovisuales pueden adjudicarse, en parte, la paternidad de la criatura. O al menos deberían hacerlo. En 2018, cuando explotó la burbuja de las Lebac y largó la carrera contra el peso que continúa hasta hoy, Milei fue el economista que más tiempo estuvo en pantalla. Por escándalo. Según un relevamiento de la consultora Ejes de Comunicación, al autopercibido libertario lo entrevistaron 235 entrevistas en el período enero-septiembre y ocupó en ese lapso más de 193.547 segundos de aire, el equivalente a 2 días y 5 horas.

Tiene su lógica. En el auge de los programas políticos de griterío, en donde lo que cuenta es quién escupe más fuego en el tiempo más reducido, Milei vuela. Hasta su fisonomía, su pelo y su vestuario aportan en esa dirección. Y su línea ideológica, por supuesto: aquella medición de 2018 reveló que la abrumadora mayoría de economistas televisados es liberal. Divina TV Fhürer, mi amor.

No obstante, calificar al líder de La Libertad Avanza como un mero producto audiovisual, incluidas redes sociales, configuraría un craso error. Su figura nuclea también la reacción de un segmento no menor de la población a la erupción del volcán feminista. Son hombres, fundamentalmente, pero también mujeres que detestan todos y cada uno de los aspectos del movimiento de mujeres y diversidades, desde su pliego de reivindicaciones hasta su estética disruptiva.

Pero, tal vez, la explicación más poderosa para el estrellato del, ya ahora, dirigente político es la frustración social. No hay nada que lo haya potenciado más que el fracaso rotundo de las dos grandes coaliciones en materia de ingresos populares durante los últimos 8 años. Esos malos resultados –vistos desde el bolsillo de las mayorías, por supuesto- y el enojo, la angustia y la desesperanza que ellos producen, encuentran en ese vómito discursivo un calce a medida. Otro tanto podría describirse, en idéntica dirección, con la violencia delictiva.

En este contexto que asoma, a priori, en extremo favorable al estridente economista, quedan sin embargo algunos interrogantes en el aire. El primero de ellos es típico de estos casos en donde la fuerza política se torna voluminosa a partir de la popularidad de su máxima figura. Como se verificó en las elecciones del domingo pasado en Neuquén y Río Negro, el traslado de adhesiones a sus candidatos no es automático ni mucho menos. Por eso es que surge cierta duda cuando se observa que en la provincia de Santa Fe, Romina Diez de La Libertad Avanza tiene ya una intención de voto del 12,2%, según una reciente encuesta de la consultora Managment & Fit, que algún ponzoñoso rebautizó Managment & Fruit. Aunque vitupere a la casta, hoy la mayor aliada de Milei para proyectar adherentes hacia otros candidatos es la vieja boleta tradicional por su capacidad de arrastre.

El otro gran signo de preguntas se abre al tratarse de una elección presidencial. En los comicios legislativos siempre hay mayor margen para el voto castigo, ya sea con la modalidad del blanco, la anulación, la feta de salame o Milei. Incluso la expresión de bronca se puede transmitir a costo cero en la respuesta a un encuestador. Pero cuando se está en el lugar de sufragio para decidir quién es la persona que va a conducir el país, lo cual equivale a definir en buena medida sobre la vida y el patrimonio del votante, su familia y sus amigos, la situación tiende a cambiar.

Como siempre, si hay o no Milonga se sabrá al abrir las urnas, cuando se juegue el partido real. Porque la verdad, diría Ángel Labruna, está en el verde césped.