Por Gustavo Castro

La semana política que pasó tuvo otro gracioso fallo de la Corte Suprema de Justicia de la Nación en el cual, especialmente a través de la pluma de Carlos Rosenkrantz, se determinó que las reelecciones indefinidas son, per se, antirrepublicanas.

“No existe duda de que habilitar que una persona se desempeñe durante dieciséis años ininterrumpidos en los más altos cargos provinciales impone un costo intolerablemente alto a los valores que encarna el sistema republicano”, señaló el cortesano en el fallo sobre San Juan, quien de ese modo abrió la posibilidad de intervenir aún en casos en los que las constituciones subnacionales no impongan ninguna restricción.

Muy simpática la aseveración viniendo de alguien que supo entrar por la ventana al máximo tribunal y que tiene ese mullido asiento de por vida. Pero más allá de eso, y sin entrar en disquisiciones legales que exceden por mucho al autor de esta columna, se puede identificar en ese enfoque un universo de zonceras políticas que son repetidas hasta el infinito y más allá como verdades absolutas e incuestionables. Ya lo dijo el buenazo de Rosenkrantz: no existe duda.

Un clásico de la tabla de mandamientos republicanos es el que ubica a la alternancia como pilar del sistema democrático. No está claro si en el tribunal celestial cuyo nombre mundano es Corte Suprema de Justicia hay coincidencias en que los cambios periódicos deben necesariamente ser de personas o también de fracciones políticas. En el caso de que fuera la segunda opción, sería conveniente que lo establezcan con urgencia, de modo tal de evitar el innecesario gasto de una elección y así reservar esos recursos para aspectos más acuciantes, como la actualización salarial de los magistrados.

Todo podría resolverse con una moneda al aire, al estilo de los partidos de fútbol. Cara, gobierna los próximos cuatro años; ceca, el mandato siguiente. Si parece un chiste malo es porque efectivamente lo es, como lo es también la idea de sacrificar la voluntad popular, sí que corazón de la democracia, en el altar de la santa alternancia.

Esto de modo alguno significa que las reelecciones indefinidas sean el sumun de la representación del pueblo. Es un formato apenas que se dio una sociedad en un determinado momento de su historia. El caso santafesino, en ese sentido, es un contraejemplo. La imposibilidad de que un gobernador o gobernadora sea reelecto de manera consecutiva sería, en el esquema Rosenkrantz, uno de los escalones más altos de la galaxia republicana. Las dificultades que ello genera en términos de gobernabilidad son apenas un detalle.

Es en el mismo sendero que se inscribe la boleta única. Alguien decidió alguna vez que la vieja tira electoral es impropia de una república moderna y ahí quedó, cual instrucción divina. Hay anécdotas muy gráficas en ese aspecto. Cuando ocurrió el episodio de Juan Ameri, aquel diputado nacional salteño que extremó sus muestras de cariño con su pareja durante una sesión virtual, el periodista parlamentario de TN, Gonzalo Asís, aseguró que un personaje de esas características nunca habría llegado a una banca si estuviera vigente el sistema santafesino. Las razones que sostienen semejante afirmación pertenecen a los insondables caminos del Señor.

Lo que parece ocurrir, en realidad, es que la musiquita sobre reelecciones, boletas sábanas y otros grandes éxitos es un maquillaje para obturar, de todas las formas posibles, el acceso de fuerzas populares al ejercicio pleno del poder democrático. El peronismo en particular, claro. Pero va más allá: restringir al máximo los márgenes de acción política y mutilar la democracia.

Ese es todo el cuento. Colorín colorado.