Por Juan Cruz Revello

La secuencia es la siguiente. Sillón, pareja, habitación a oscuras, y play a El amor después del amor, la serie. Por conocimiento de una buena parte de la historia, por los avances y porque la gráfica callejera me invita a pensar que la serie puede ser la Tango Feroz de Fito, la expectativa es poca. Sin embargo, hacia el final del primer episodio todo el prejuicio se derribó y a la mitad del segundo me dicen:

-¡Pará! ¿tanto vas a llorar?

-¡Sí! Igualmente no lloro por Fito, lloro por mí.

El Fito de la gente

Se estrenó El amor después del amor, la serie que desde la ficción recrea una parte de la vida de Fito Paéz, y lo que más extraordinario de la producción audiovisual que retrata desde que nació hasta la edición del disco más vendido de la historia del rock argentino, es la humanización de la estrella, por momentos correrlo del eje central, y (de)mostrar que más allá de las marquesinas, todos los humanos en algún sentido atravesamos cosas parecidas. En ese sentido, el gran logro de la serie es interpelar las vidas de cada persona que está viendo, y sentirse cada uno un poco protagonista. Como pasa con las mejores canciones, que parece que te hablan a vos.

Por supuesto que el rimbombante estreno es tema nacional, porque en realidad, desde que apareció en la escena musical argentina Fito Páez es tema, y algo de eso muestra la serie. Primero lo fue como novedad, después como protagonista absoluto, y así cual si fuera una montaña rusa, abajo o arriba, siempre ha sido noticia.

También es cierto que siempre está haciendo algo, no paró y no para. Discos, películas, libros, todo el tiempo Páez tiene algo para dar vinculado al arte y a la cultura popular. En este último tiempo, sacó una trilogía increíble de discos, editó su autobiografía, sale de gira agotando todos los lugares posibles con la celebración de El Amor después del amor 30 años después, y se estrena la serie en Netflix.

Centrando en esa situación, más allá de lo que propone y despierta el guión, por supuesto que está la búsqueda de parecidos, la obsesión por el detalle biográfico o de locaciones o de recreación de época. En ese sentido, entendiendo que es una ficción, o sea, algo que se crea en post de la historia que se decidió contar, en general todo está muy bien.

Netflix no se caracteriza en sus biopic por buscar personas idénticas a las que se interpreta, y claro son los casos de la serie de Motley Crue, o de Luis Miguel, donde los protagonistas no son un calco, y tampoco molestan las diferencias estéticas. En el caso de la serie de Fito, se repite ese patrón. De todos modos, tiene a favor (o en contra) que estamos más familiarizados con los “personajes” y por eso Fabi Cantilo, Charly García o Spinetta, se destacan por tener gestos y modos cuasi exactos con la realidad.

En cuanto a las locaciones, no está Rosario, y en Rosario es tal vez la crítica número 1.  Hubiera sido un lindo detalle, sí, reconocer lugares donde transcurrió parte de la historia. Pero no hace a la obra completa, si la llegada es masiva como resulta serla El amor después del amor. ¿O acaso chequeamos si las locaciones de Luis Miguel son efectivamente donde transcurrieron? Tal vez en San Juan de Puerto Rico, donde nació, así lo hizo el público.

En cuanto al relato, lo maravilloso es como incide el sentido del ser humano en general, en quienes están mirando. El personaje de Fito tiene culpa permanente, por la madre, luego por el padre. Lo fabuloso de eso es que esa culpa lo impulsa, no lo detiene. También está el Fito desposta y engreído. El generoso y paternal. El egoísta y el genio. Está la vida ahí. En esa línea, el relato propone y logra complicidad con los espectadores porque golpea en lo básico de la humanidad, te interpela en las cosas que paradójicamente, no tienen respuesta. Como ser un buen padre o madre, como criar a una persona que atraviesa la niñez y la adolescencia, como ser un buen hijo o hija, como cuidar (nos) de los excesos a las personas que queremos, como ser un buen novio o novia, un buen amigo, básicamente, como soportar la vida. Claramente no hay fórmula, no es lineal ni el amor ni la educación porque estamos atravesados por múltiples culturas, y eso te muestra la serie de Fito, por eso en parte lo trasciende a él como figura estética. Y lo logra sin intelectualizar, sin un lenguaje académico que instale filtros culturales.

A su vez, tiene la dosis justa de elemento pop mainstream, no es le cuentito de novela filo Sarah Kay o Disney, no es atp, y tampoco es el documental del músico GG Allin.

En el medio de todo eso, están las tragedias y las canciones del protagonista, y es ahí donde el mix entre la vida de todos, y la de Fito, logra un combo extraordinario para que la serie sea atrapante y adictiva.

Puntualmente en lo musical, también es descomunal el espacio y protagonismo que se le da a las canciones de otros autores: La Trova Rosarina, Charly en todas sus etapas –hay un capítulo prácticamente dedicado a Clic Modernos- Invisible, Pescado Rabioso, Virus, Los Twist, Don Cornelio, más todo lo que se escuchaba en la casa y en la disquería con el padre, suenan, y también aparecen en carteles o tapas de discos o mencionados otro toco de artistas, desde Almendra y Rolling Stones, hasta Mercedes Sosa, Soda Stereo y Jobim.

En esa rocola está el indicio de su lealtad con la educación musical –permanente- que tiene Paéz, la conocida generosidad con sus colegas, y que claramente no apunta la serie a vendernos discos, teniendo en cuenta que para nada machaca con la obra de Fito. Sin embargo, es muy cuidado el tratamiento de las canciones de su autoría y la de otros, que también, como los personajes, se recrearon para la ocasión.

Quienes estuvieron detrás de ese artesanal trabajo, fueron los músicos Carlos Vandera y Diego Olivero, que desde hace mucho tiempo forman parte de la banda de Fito –Olivero como bajista y productor de las últimas producciones; Vandera en guitarra, voces, y arreglos de voces-, se encargaron de la producción musical de todo lo que significaba sets en vivo. Todo lo que eran los shows de Fito y el resto de las bandas que aparecen, ensayos de él y del otros, pasó por sus manos y criterios. Un detalle: los actores músicos, son músicos posta y tocan de verdad para la música de la serie.

Vandera: Grabamos toda la música, no se usa ningún fonograma original de Fito, todo lo volvimos a grabar nosotros, y también nos encargamos de las voces de los actores, de producir eso. Después estamos dentro de un equipo de producción musical que manejaba Gustavo Borner, que es un ingeniero que vive en Los Ángeles, es el último productor de los discos de Fito, y él lo devolvía a la gente que se encargaba de mezclar la serie con los actores, con las voces, el efecto del ambiente, etc. Todo lo que es escena musical, los ensayos de Charly también los hicimos nosotros. Lo de los Twist, lo de Don Cornelio y la Zona, lo de Virus, todo eso, todo lo que es música tocada. Y también hicimos canciones originales, la canción que suena en el cabaret, la canción que suena en la muerte del papá de Fito, bueno y algunas más ahí.

Diego Olivero: Arrancamos en diciembre de 2021 y terminamos con el cierre de la edición final de los capítulos, casi en febrero 2023. Lo hicimos en tres etapas, preproducción con el guion, después la producción en el set de los conciertos en vivo y de las escenas musicales y después la postproducción, donde editamos, regrabamos y mezclamos con Gustavo Borner en Los Ángeles. Todos los actores que tocan en vivo son músicos, la idea fue que en las salas de ensayo y en los conciertos en vivo se sienta esa energía, así que antes de las escenas nos juntamos en salas de ensayo a pasar las canciones, y durante la grabación en el set seguíamos tirando data. Ya cuando estábamos en el set sabíamos que la idea de que tocaran en vivo era una bomba, ¡¡¡la energía se transformaba completamente cuando las bandas arrancaban a tocar, y esas canciones!!!

Como pasó siempre, Paéz vuelve a estar en boca de todos y todas, despertando pasiones, amores, críticas y discusiones. Como el saltarín Jack Flash, Fito nació en el ojo del Huracán, y siguió encapsulado en ese torbellino de masas en rotación (gracias Laiseca) y parece que de ahí solo baja para comerse un sanguchito y tomarse un chopp en su Rosario querida, y luego volver a esa masa de aire que rota alrededor de una línea invisible a velocidades altísimas: el arte.