El 2 de noviembre es una fecha trascendente en el calendario católico, porque marca el Día de los Fieles Difuntos. Sin embargo, en la cultura azteca han adoptado otra manera de vivenciar esta jornada tan particular. Es literalmente una fiesta de todo el pueblo, en la cual se rinde homenaje y se recuerda con pasión a quienes ya no están físicamente. 

En México, el Día de Muerto es extiende durante 48. Comienza en la medianoche del primer día de noviembre y se extienda hasta la finalización del segundo. Para los antiguos mesoamericanos, la muerte no tenía las connotaciones morales de la religión cristiana, en la que las ideas de El Infierno y El Paraíso están muy arraigadas. Por el contrario, ellos creían que los rumbos destinados a las almas de los muertos estaban determinados por el tipo de muerte que habían tenido, y no por su comportamiento en la vida.

Cuando llegaron a América los españoles, en el siglo XVI, trajeron sus propias celebraciones tradicionales para conmemorar a los difuntos, donde se recordaba a los muertos en el Día de Todos Los Santos. Al convertir a los nativos del ‘Nuevo Mundo’, se dio lugar a un sincretismo que mezcló las tradiciones europeas y prehispánicas.

De esta manera, en México se arraigó una suerte de ritual. Es que cada 2 de noviembre existe la firme creencia que la frontera entre el mundo de los espíritus y el mundo de los muertos, se conjuga. Permitiendo que el alma de quienes ya no están, vuelvan a reencontrarse con sus familiares y amigos. 

Según la tradición, el primer día de celebración está consagrada al alma de los infantes, en tanto que en el segundo se hace foco en los adultos. Las personas arman coloridos y esmerados altares con flores, calaveras de azúcar, pan de muertos, chocolates, agua y velas. Además, hay quienes se lookean con trajes y se pintan el rostro.