Muchas voces que se entremezclan. Hablan del sofocante calor que hace afuera, otras cuentan que están planificando las vacaciones, mientras algunas sugieren nuevos destinos y también coinciden en el pasado. Los jóvenes preparan un fin de semana de estudio porque se vienen las mesas de exámenes de marzo, los grandes debaten de política y alguien que salía del laburo encuentra un momento de paz para reclinar el asiento y descansar media horita. Baja los párpados, se despierta de repente entre alaridos e inmediatamente los labios se cierran para siempre...

Ya son cinco años de una mañana espantosa para Casilda, para Pujato, para Zavalla, para toda la región. Cada 24 de febrero significa revivir el dolor y esperar que alguna vez haya voluntad de ir en busca de los criminales que dejaron a la suerte de Dios los destinos de quienes elegían confirmar, por apuro o por resignación, en una verdadera ruleta rusa sobre ruedas.

Trece llamas que se apagaron para siempre. Quedan sus cenizas pintadas de color amarillo sobre el asfalto como recuerdo y como advertencia. Quienes lo vivieron desde adentro y sobrevivieron físicamente, están todavía destrozados en el alma. Los que los miramos desde afuera aun temblamos y apretamos el puño por tanta impunidad.

Gabi, Cintia, Nati, Aníbal, Joa, Gianella, Juan, Juana, Gusti, Jorge, Jorgito, Sergio y Marce viven en el recuerdo de sus seres queridos, pero duermen con palabras atragantadas. Nadie todavía ha explicado porque o como fue quedaron en una pausa eterna.

El silencio también lastima, es una forma de comunicar. Una bastante sádica y dañina. Pasaron cinco años, en los cuales cambiaron funcionarios, se votaron autoridades y se creyeron en discursos sanadores. Cinco años en los que ya no se escuchan esas voces ni tampoco las que debería dar explicaciones. Porque en este cuento no existen lo héroes.

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