THAMINA HABICHAYN

Decían que el agua no iba a llegar a Villa del Parque, lo aseguraban las autoridades y lo repetían. Pero a Adriana Miño eso no la dejaba tranquila, ella lo presentía. La noche anterior no durmió, a la mañana despidió a su marido y le adviritó. Nadie le creía, su pareja y los vecinos le decían que no era posible, que ya habían dicho que ahí no llegaba. En la mañana fue y vino varias veces desde su casa hasta Barranquitas. Escuchaba. Analizaba la fuerza y la velocidad del agua en subir y calculaba que para los 8 el agua llegaría. Por eso y por las dudas, comenzó a subir la ropa arriba de unos caballetes que improvisó en la altura. Unas pocas horas más tarde, Adriana estaría trepando a un árbol para poder subirse al techo de su casa, con algunas fotos y un diccionario en la mano, que había manoteado en la desesperación. 

Adriana vive en su casa de siempre en Villa del Parque. Trabaja en la Mutual Solidaridad Barrial Santafesina, junto a Susana -la presidenta- y Dina. A Susana la conoció los días siguientes del regreso a su casa tras la inundación, cuando comenzaron a organizarse para reclamar. 

Fotografía tomada por los vecinos de Villa del Parque. Gentileza de Claudio Ojeda esposo de Marcela Galarza.
Fotografía tomada por los vecinos de Villa del Parque. Gentileza de Claudio Ojeda esposo de Marcela Galarza.

El 29 de abril de 2003, Susana Bravo y Dina González pasaron por lo mismo pero no se lo esperaban. Aquel día se levantaron con normalidad y cada una comenzó con sus respectivas tareas. Susana fue a trabajar a la escuela y Dina cuidó de su hijo, hasta que llegó la hora de ir a la escuela y se encontró de lleno con el agua. 

Susana

Susana Bravo estaba trabajando en la escuela cuando le avisaron que las casas de Villa Oculta ya estaban bajo agua. Desde la escuela se comunicó con el sindicato para coordinar ayuda y brindarle alimentación y vestimenta a la gente que estaba sufriendo la inundación. “Mientras hacía el pedido mis compañeras me preguntaban qué iba a hacer yo porque se venía al agua”, contó. Susana lo negaba porque recordaba que en todas las inundaciones previas había filtraciones, pero jamás se habían inundado. 

Como todos se fueron, ella regresó a su casa, habló con el médico del dispensario y le comentó que en el centro de salud habían subido todas las cosas arriba de los armarios y otras las habían mandado al hospital Iturraspe. Susana seguía sin creer que podía pasar, lo hizo hasta el momento en que salió a la calle, miró hacia 27 de enero y vio como el río se acercaba a su cuadra. “Era un mar, no un río, venían olas envueltas hacia nosotros”, rememoró. 

La inundación, en primera persona: “En estos 20 años, aprendimos a gritar y no solo llorar”

Susana gritó para avisar en sus casas y a los vecinos. Todo lo que habían levantado quedó bajo agua. Intentó irse con su hija de un año y medio y sus demás hijos, pero el agua había avanzado demasiado. “Veía a los vecinos cerrando las puertas, como si el agua no entraría así, recuerdo las casas por Presidente Perón y se me pone la piel de gallina, era un estado de guerra”, relató. 

Susana fue una de las primeras vecinas del barrio en volver. Volvieron primero unas diez familias, que vivieron entre el barro, la mugre y la oscuridad hasta que pudieron comenzar a reconstruir sus casas y sus vidas. “Fue duro porque llevaba 20 años de casada y perdimos todo lo que teníamos”, aseguró. 

Cuando su padre se jubiló le dieron un reconocimiento y ella lo habia guardado durante toda su vida. Cuando ingresó a su casa, lo primero que vio tirado fue el cuadro. Ese fue, confesó, el momento de mayor sufrimiento. 

Desde ese momento, desde la oscuridad y el abandono de su barrio, Susana comenzó la lucha que 20 años después continúa con más experiencia. “Siento que fue un antes y un después para nuestra relación como vecinos, antes nos conocíamos y nos decíamos hola y chau, pero tras la inundación nos preguntábamos cómo estábamos, qué necesitabamos”, reflexionó. 

En la búsqueda de soluciones, en el reclamo de sus derechos, conoció a Adriana y después a Dina, quienes hoy también forman parte de la mutual. 

Dina

Dina es de barrio San Lorenzo. Era la siesta e iba a llevar a sus hijos a la escuela, pero tomó la decisión de volver cuando vio al barrio San Rosa bajo agua. “Empecé a embolsar las cosas, pero nos descuidamos y teníamos el agua a media ventana”, afirmó. Alcanzó a sacar los documentos y salir. “Cuando pasó la vía que nos divide con Santa Rosa, ya no dio tiempo a nada”. Ella se fue a una escuela con sus hijos y su marido quedó en al techo de su casa. Al otro día se fueron a Santo Tomé a vivir con un familiar que los alojó hasta su regreso al barrio. 

A su casa, Dina regresó cerca de junio, “sin nada y con tristeza”. Fue una de las primeras en volver a su cuadra y, como todos, no tenía luz. “Fuimos haciendo changas y recuperado lo que se podía para arreglar la casa”, narró. “Tras la inundación, los médicos descubrieron que uno de mis hijos tiene presión emotiva”, señaló. 

La inundación, en primera persona: “En estos 20 años, aprendimos a gritar y no solo llorar”

Para Dina, la perdida fue total. “No podés recuperar nada porque lo que quedó lo tuvimos que tirar porque nos decían que estaba contaminado”, lamentó. A ella, lo que más le costó fue despedirse de todos los juguetes de sus hijos. Los niños volvieron a la escuela unos meses más tarde, pero que les costó porque todo les hacía revivir lo que habían pasado.  

En 2007, Dina volvió a inundarse, aunque esta vez en menor medida. “En vez de cuatro metros, fueron dos, pero me tuve que volver a ir durante 20 días”, destacó. 

20 años después de la catástrofe que cambió su vida, insiste en que lo que le gustaría saber es por qué dejaron que pase algo así proque para ella “es inexplicable”. 

Adriana

Lo primero que cuenta Adriana es que todavía vive en el mismo lugar que se inundó, después recuerda que desde el día anterior ya lo presentía. Cuando el agua llegó, la encontró tratando de salvar algunas de sus pertenencias en la casa, pero rápidamente la sacó. “Yo me había quedado adentro de casa, pero cuando tuve que subir al techo me di cuenta que el patio estaba a un nivel más bajo, el agua me tapaba y yo no sabía nadar”, relató. Encontró un árbol cerca. Con las fotos y el diccionario en la mano lo trepó hasta llegar al techo donde estaban su marido y sus hijos. Habían subido la cocina, la heladera y algunas pertenencias, que por supuesto luego se mojaron. Tambien alcanzaron a recatar pan, yerba, azucar que luego intercambiarían con sus vecinos en los días que pasaron en el techo de su casa. 

Ella se fue con su hija y su nieta a una escuela, mientras su marido y su hijo se quedaron en en lo alto de su casa. Estuvieron allí unos 10 o 15 días. En la desesperación, mientras estaba en uno de los centros de evacuados, una mujer le dio la dirección de su casa y le dijo que fueran a vivir ahí si lo necesitaban. Adriana nunca se acordó de que tenía ese papel. “La guardé y no recordé que me habían prestado una casa, era todo desesperación, parecía una guerra”. 

La inundación, en primera persona: “En estos 20 años, aprendimos a gritar y no solo llorar”

Adriana terminó alojada en una escuela de la costanera, no recuerda específicamente la cuál. “Hay algunas cosas que las olvidé, las bloquie”. En el centro de evacuados, la situación era desastrosa. “No había lugar dónde ponerte, aparte era una verdadera epidemia, los niños estaban enfermos y los nenes no daban abasto”, narró. 

Su familia, dividida, fue alojada en diferentes espacios. En los días siguientes fue como si el tiempo no contara porque lo único que Adriana deseaba era volver a su casa. También estuvo en la Universidad Tecnológica. “Nos daban ropa y comida, me acuerdo que una vez fui a comprar pan, me preguntaron si era evacuada y me regalaron todo lo que había pedido”, dijo entre lagrimas. 

Después de un tiempo pudo irse a vivir a la casa de su hermana que, por unos pocos metros, no había sufrido las consecuencias del agua. Estuvo allí un tiempo largo, viviendo con otras cinco familias, pero ni bien pudo, regresó a Villa del Parque. Allí se encontró con lo mismo que Susana, barro, basura, humedad y oscuridad. “Hacíamos fuego con carbón para secar las paredes, dormíamos en colchones arriba de las parrillas, pero queríamos estar ahí”, aclaró. 

Para Adriana, desde ese momento también empezó el camino del reclamo: “Nos preguntabamos varias cosas: ¿por qué no llegaba la ayuda que mandaban? ¿Por qué estaba toda esa basura? ¿Por qué no había luz?”. 

Aprender a reclamar

Adriana y Susana fueron dos pilares en su barrio en la lucha para recuperar parte de lo perdido. “La burocracia decía que teníamos que mandar una nota y esperar, pero nosotros salimos a la calle a cortar”, contó Adriana y Susana sostuvo que “la violencia parte en el momento en que a una persona se le quitan los derechos, quemar una goma no es violencia, es desesperación”. 

Con la idea clara de que el Estado era responsable de lo que había pasado en su barrio y en un tercio de la ciudad, Adriana y Susana realizaron cientos de movilizaciones, viajes, notas y reuniones. “Nunca recuperás lo que tuviste, yo jamás volví a tener lo mismo”, remarcó Adriana. 

Fotografía tomada por los vecinos de Villa del Parque. Gentileza de Claudio Ojeda esposo de Marcela Galarza.
Fotografía tomada por los vecinos de Villa del Parque. Gentileza de Claudio Ojeda esposo de Marcela Galarza.

Ambas destacan la ayuda de los demás santafesinos. “En los momentos de tormenta, los argentinos y los santafesinos demostramos lo que somos, sale la parte más humana de nosotros”, explicó. “¿Pero tienen que pasar tragedias para que nos recuerden?”, se pregunta Susana. Para ella, hace 20 años y ahora, Santa Fe siempre estuvo dividida en dos. “Es como si de Avenida Freire hacia el este es su Santa Fe y hacia el oeste es otra ciudad”, reclamó. 

En 20 años, lo que Susana más la marcó fue el sufrimiento de la gente, de su gente. La bronca y la impotencia todavía siguen. Sin embargo, ahora están acompañadas de aprendizajes: a defender sus derechos, a unirse, a realizar las quejas por las vías correspondientes, las efectivas. “Aprendimos a gritar y no solo a llorar, a reclamar y no solo quejarnos”, aseguró.