Por Cintia Mignone

Se trata de uno de los casos más truculentos de la historia criminal santafesina. En una isla del departamento Garay en 1936 se capturó a un hombre que había secuestrado, matado, cocinado y comido a Eusebio Lugones, un pibe de 11 años.

La espectacularidad del hecho se reflejó en los principales diarios de la ciudad, cada uno con su estilo. El Litoral tenía casi dos décadas de circulación y un prestigio de periódico serio y sobre todo políticamente influyente. El Orden, en cambio, tenía nueve años de existencia y una impronta semejante al del mítico diario Crítica de Natalio Botana: formato, titulares sensacionalistas, fotografías, enviados especiales.

Así, el principal titular de aquellos días de mayo de 1936 fue “¡Existe el hombre malo que se come a los chicos! ¡Cocinó y comió a una criatura de once años!”. Y la cobertura fotográfica fue espectacular para esa época y para esta ciudad.

Un caníbal entre nosotros

En esta crónica leeremos la historia de Aparicio Garay a través de las coberturas periodísticas de los dos diarios de mayor circulación de la zona.

El Orden capta rápidamente la trascendencia del hecho. Manda a un enviado especial y a un fotógrafo. Publica numerosas y espeluznantes imágenes, titula a lo Crítica y hasta habla con el caníbal. El Litoral se maneja con su habitual corresponsal, luego con un cronista especial y editorializa sobre el hecho.

El horror

La primera noticia aparece el 21 de mayo en un pequeño recuadro en página 6 de El Orden. Se trata de un breve anticipo de la información que no había podido desarrollarse por haber cerrado las oficinas telegráficas a poco de conocerse el suceso. “¿Un antropófago en Helvecia?” se pregunta.

Ya el día 22 la edición es sensacional, en todas las acepciones de la palabra. En varias páginas se cuenta que Garay había secuestrado, asesinado y luego devorado a un chico en una isla cercana a Helvecia.

Un caníbal entre nosotros

La mayor parte de la cobertura de El Orden se realiza a partir del periodista que pudo entrevistar a Aparicio Garay, que describió al criminal así: “Se abre la puerta y aparece un hombrecito insignificante, descalzo, con un saco azul sobre las carnes y unas bombachas curtidas por el agua y el uso. El cabello entrecano, revuelto y desordenado; los labios secos y prominentes en algunos gestos; abultados y groseros en otros; la mirada escurridiza y a ratos incisiva”.

Garay le relató a El Orden que el chico había ido con él por voluntad propia y que pasado un tiempo quiso irse. Él lo persuadió: “Vea compañerito… usted no puede dejarme. Hemos salido juntos, usted es mi compañerito, debemos seguir juntos. ¿Cómo me va a dejar solo?”

Se quedó unos días, pero una mañana lo vio en una canoa, yéndose. Garay aseguró que la voz del “horario” le dijo que lo fuera a buscar, y él tomó su fusil, le apuntó y le disparó a la cabeza.

“¿Qué es eso del “horario”?, le preguntó el cronista. “El horario es mi Dios”, contestó.

Un caníbal entre nosotros

“Él manda, yo soy su sirviente. Manda a todos los hombres. En el horario, están las horas. Las horas son el tiempo. Es la vida de los hombres. Sin el horario no hay vida. El horario me dijo: ¡no lo dejes ir!... Y yo no lo dejé ir. ¿Qué podía hacer? Yo soy un sirviente”, agregó.

La historia de horror recién comienza. Cuando Garay rescató el cuerpito de las aguas, “el horario” le dijo que tenía que comer. Y él lo hizo.

“Primero lo abrí… Con el machete. Lo limpié bien. Yo sé cortar. Aprendí en el hospital (…). Limpié bien los huesos. Primero los iba a guardar, para trabajarlos. Lindos huesitos. Hubiera hecho unas fichas. Pero por dentro no servían. Eran esponjosos. Entonces los tiré al río. Y la carne la colgué. Hice ganchitos y colgué la carne de la enramada cerca del rancho”, detalló.

Como si fuera poco, el cronista le sigue preguntando: ¿qué comió, cuánto comió? Aparicio Garay dijo que no toda la carne es buena, pero que además había comido con miedo, porque “uno se envicia. Come y después siempre quiere comer”. Hizo asado, frió otros pedazos y luego, derritió la grasa e hizo aceite.

A la policía le dio algunos detalles más: “La cabeza la herví… los sesos no se podían comer y se los di a los perros. Pero las carnes eran buenas”.

Un caníbal entre nosotros

En los días siguientes, Aparicio Garay, uno de los nombres con el que se lo identifica, pues carecía de documentos, es trasladado a Santa Fe. El Orden se dedica entonces a intentar comprender el caso: en otros tiempos, se hubiera dicho que estaba poseído por un demonio y destinado a la hoguera, marca; pero hoy, el caso pertenece a la ciencia. Es verdaderamente notable la forma en que el cronista analiza los retazos de la vida de un hombre buscando entender cómo se llega a la locura para llegar a la conclusión de que “en contacto con hombres y en un medio normal, se hubiera corregido”.

Ante el juez Salvador Dana Montaño, Garay repite casi las mismas palabras que ante el cronista de El Orden. Sin embargo, aún queda por esclarecer el modo en que murió el niño, ya que existe, además de la versión del criminal, la hipótesis de que había sido degollado.

El análisis

El Litora publica los despachos de su corresponsal en Helvecia luego de brindar similar espacio a su análisis y opinión.

El día 21 examina brevemente la historia criminal argentina y los escasos sucesos similares en el país. ¿Por qué se producen? Concluye, casi estigmatizando a los “hombres de las islas”, que “el caníbal de Helvecia sería, en efecto, una normal de características fronterizas, semi-idiota, cuya vida salvaje denotaba su apego a huir de los moldes de la civilización. Era un sujeto sin clasificación aparente en los tipos comunes de las islas de nuestro litoral, tan ricas, por lo demás, en ejemplares característicos. La gente que vive en las islas no suele prolongar sus evasiones de los códigos más allá de un hurto simple provocado por el hambre. El caníbal de Helvecia, por el contrario –habitante de una ciudad flotante que era su canoa— vivía constantemente en las islas, en el robo, en el pillaje, en la degeneración. Era, en una palabra, un hombre-bestia, según se desprende de las informaciones que nos transmiten nuestros corresponsales”.

Al día siguiente, sin que su corresponsal pudiese entrevistarlo, y reproduciendo partes de la declaración policial de Aparicio Garay aporta su “convencimiento”: el de que Garay “es un tarado de la peor especie, sujeto de extraordinaria peligrosidad, propicio a las inhibiciones que conducen al delito y siempre dispuesto a ser protagonista de sucesos como el que le ha dado notoriedad. Es, en cierto sentido, un alucinado. Sus formaciones sensoriales dependen exclusivamente del gobierno de su instinto. El cerebro no actúa en sujetos tales sino en los intervalos lúcidos y sólo como un elementos de control relativo de sus actos. Es inculto. Si alguna vez tuvo cultura la perdió en las islas”.

Un caníbal entre nosotros

El 23 de mayo, ya en el espacio editorial, El Litoral publica que aunque se trata de un hecho excepcional, es necesario prevenir. Que existen “millares de individuos de razas vencidas por el alcohol y las enfermedades” que podrían “salvarse” y “aún ser útiles”, siempre que se los incorporase al mundo del trabajo, “que se les condujese ordenadamente por las vías prácticas de la educación mental y manual y se les curase físicamente a fin de evitar que sus descendientes lleven acumulados males de siglos, que hacen crisis bajo la mirada espantada de la cultura”.

No hay tantos individuos, dice, que reclamen de asistencia moral urgente. Y agrega: “Son bien conocidas las costumbres, los defectos y virtudes de los pocos indios que quedan en el país; como también se conocen las inclinaciones de los grupos mestizos abandonados a la suerte, analfabetos la mayoría, sin oficio, habitantes del rancho sucio y enervante, a los que la mala política explota como carne electoral a cambio de una indiferencia pública que podría ser calificada de crimen lógicamente”.

El caso de Aparicio Garay no justifica la alarma, pero sí se hace necesario vigilar a otros grupos sociales. “Matar es un recurso corriente en ciertos sectores de la población. Y, lo que es peor, el homicidio como manifestación de hombría sin especificación de circunstancias, es un culto generalizado entre los núcleos sociales de referencia”.

Corregir eso es posible, dice el diario; hay que “gastar bien el dinero de los contribuyentes”, en higiene, trabajo e instrucción, y no en pan y en carne.

Sobreseído

En octubre, el juez dicta su sentencia. Marca en sus fundamentos que Garay se presentaba en ocasiones como un místico, en otros momentos como un degenerado sexual y en otros daba la impresión de tener completamente desordenadas sus facultades.

Teniendo en cuenta los informes médicos y legales, Dana Montaño lo sobreseyó, porque se trataba de “un sujeto que tiene sus facultades mentales alteradas y presenta signos de senilidad con delirios sistematizados cuya evolución no puede precisarse; agrega que los hechos cometidos por Garay, rapto, violación y homicidio, lo caracterizan como un sujeto peligroso en extremo que debe ser recluido en un establecimiento adecuado”.

Un caníbal entre nosotros

El dictamen fue sobreseimiento, pero ordenando la reclusión de Aparicio Garay en el Hospicio Las Mercedes de Capital Federal (hoy Hospital Borda), por carecer Santa Fe de un establecimiento adecuado.

Hacia allí fue trasladado Garay. La última noticia que se tuvo de él fue en octubre de 1938, cuando asesinó a un compañero porque no lo dejaba dormir.